Me la conozco bien. He recorrido
sus pueblos, sus caminos polvorientos,
me aprendí sus cielos y sus vientos,
y su acento cansado y dolorido.
Me la sé de memoria. La he vivido
y amado hasta la hiel de los alientos;
he visto estremecerse sus cimientos
y de su corazón soy un latido.
Me he bebido La Mancha con los ojos
y he quemado el amor en sus rastrojos
urente el alma, la mirada ardida.
Las viñas, los olivos, los candeales
fueron siempre las mismas claras señales
que guiaron los pasos de mi vida.
Raimundo Escribano
jueves, junio 29, 2006
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