jueves, junio 29, 2006

La próxima semana

Si no te llamo, amor, si no pudiera
llamarte hoy, mañana u otro día,
si por cualquier motivo todavía
a telefonear no me atreviera...

Si no te llamo no es porque no quiera
hablar contigo ¡eso faltaría!
es que ya sabes que me dolería
si a mi llamada nadie respondiera.

Por eso estoy aquí. Sigo esperando
junto al móvil por si algún día (¿cuándo?)
me llegara tu voz hoy tan lejana.

Pero aunque no me llames, te prometo
que desde un móvil o desde un soneto
te llamaré la próxima semana.

Raimundo Escribano

Sonetos desde un móvil (VII): Domingo

Hoy es domingo ¡viva la alegría
y caiga el desamor en el olvido!
Hoy, del resto del tiempo me despido.
Hoy tengo, para amarte, todo el día.

Desde temprano, amor, te llamaría
por preguntarte cosas sin sentido:
que cómo estás o qué tal has dormido
(y también, si me quieres todavía).

Pero es tarde ya para llamarte,
para quedar contigo, para amarte
con este amor sin hilos que he inventado...

Y si te llamo y nadie me responde
Dónde podré llamarte luego? ¿dónde?
¿Dónde estarás, amor, inencontrado?

Raimundo Escribano

Sonetos desde un móvil (VI): Sábado (buzón de voz)

Para ganarle al tiempo la partida
hay que sembrar palabras en el viento
y luego hay que olvidar, por un momento,
la soledad que envuelve nuestra vida.

En tu Buzón de Voz tiene cabida
la risa, la esperanza, el sufrimiento
y la nostalgia y el desistimiento
para que el alma encuentre una salida.

Hoy no sé qué decirte. Hoy ando escaso
de palabras. Hoy tengo el alma al raso,
desnudo el corazón incandescente...

Hoy, sábado, te quiero en verso y prosa
y en tu buzón de voz dejo una rosa
y un mensaje de amor, viejo y doliente.

Raimundo Escribano

Sonetos desde un móvil (V): Viernes

Ya el viernes casi ha finalizado.
Si un sábado -de gloria- no esperara
no te habría llamado, amor, para
que no se cruce el hoy con el pasado.

Cada hora del viernes la he pagado
con lágrimas -la ausencia cuesta cara-
Un día más o menos. Y no para
el reloj su tica tac acompasado.

¿Estás ahí? ¿me escuchas? ¿o te has ido?
Oigo tu respirar... Me ha parecido
oír un clic, como si un alma rota...

Como si el corazón no respondiera
a mi llamada. O que no quisiera
el corazón hablar de su derrota.

Raimundo Escribano

Sonetos desde un móvil (IV): Jueves

Tu teléfono -hoy desconectado-
era el despertador de mi alegría,
del sueño en que te sueño cada día
del que nunca hasta hoy he despertado.

Cada mañana espero, confiado
el milagro de tu piedad tardía:
que tu amor me despierte -todavía-
de este amor que me tiene adormilado.

Marca bien las seis cifras del deseo
que cuando hablo contigo hasta creo
que tú mueves los hilos de mi suerte.

Y yo seguiré aquí, desesperando
que alguna vez, un día, no sé cuando
suene tu corazón y me despierte.

Raimundo Escribano

Sonetos desde un móvil (III): Miércoles

Miércoles ya. Mediada la semana
he pensado decirte que te quiero
(te quiero más que ayer, mucho más, pero
seguramente menos que mañana).

Activo el móvil y es una campana
de gozos en mi mano. Marco. Espero
mas no escucho tu voz. Me desespero
y lo vuelvo a su funda, con desgana.

Cada vez que llamé (¿cuántas con ésta?)
recibí tu silencio por respuesta.
Tú nunca estás donde mi amor te augura.

No sé qué fuerza extraña, que imprevisto
viento te enmudeció. Y ya no existo.
Tu corazón está sin cobertura.

Raimundo Escribano

Sonetos desde un móvil (II): Martes

Quedamos en que tú me llamarías
o ¿fui yo quien quedó en llamarte luego?
¿Quién de los dos abrió este extraño juego
que nos roba las horas y los días?

"Llámame cuando quieras" -me decías-
y tu voz, devolviéndome el sosiego
despertaba, también, al amor ciego
que acaso sin saberlo, me tenías.

Pero una y mil veces te he llamado:
Al móvil, a tu casa... hasta he pensado
llamarte al corazón directamente...

No sé nada de ti. Llamé y no estabas;
o tal vez era que comunicabas
y no escuchaste mi llamada urgente.

Raimundo Escribano

Sonetos desde un móvil (I): Lunes

Buenos días, amor, aquí me tienes
otro día esperando tu llamada
ya tan lejos de ti, pensando en nada
y con tu amor doliéndome en las sienes.

Nunca sé dónde estás, si vas o vienes
pero llevo tu vida retratada,
cada paso que das, si te detienes...

Hoy es lunes. Aún faltan siete días
para volverte a ver. Ayer decías:
"Mañana nos telefonearemos".

Y aquí me encuentro, desde bien temprano,
el móvil al alcance de la mano
recordándote, echándote de menos.

Raimundo Escribano

La tierra

Me la conozco bien. He recorrido
sus pueblos, sus caminos polvorientos,
me aprendí sus cielos y sus vientos,
y su acento cansado y dolorido.

Me la sé de memoria. La he vivido
y amado hasta la hiel de los alientos;
he visto estremecerse sus cimientos
y de su corazón soy un latido.

Me he bebido La Mancha con los ojos
y he quemado el amor en sus rastrojos
urente el alma, la mirada ardida.

Las viñas, los olivos, los candeales
fueron siempre las mismas claras señales
que guiaron los pasos de mi vida.

Raimundo Escribano

La visita

Perdida la esperanza ya no queda
otro caudal que la melancolía
y pues hay que morirse cualquier día
es urgente amar mientras se pueda.

Hay que guardar la última moneda
para comprar un resto de alegría
si fuera tiempo aún, si todavía
estuviera el amor en almoneda.

Y luego del amor sólo nos cabe
hacernos a la mar; quemar la nave
del corazón, volver al viejo río

y esperar que la muerte nos visite
y en nuestro labio un día deposite
su beso de granito, duro y frío.

Raimundo Escribano

De soledad

La soledad, a veces, no es tan mala.
Hay días en que la necesitamos.
Son esos días en los que notamos
herido el corazón, tocado de ala.

Y ese dulce escozor de que hace gala
que nos ahoga si lo respiramos
es el bálsamo que necesitamos.
La soledad a todos nos iguala.

Amo la soledad y cada día
vive conmigo, me hace compañía
aunque, a veces, se muestra respondona.

La soledad no es siempre un trago amargo.
En ocasiones, hasta se hace cargo
de nuestra soledad. Y nos perdona.

Raimundo Escribano

Detrás del espejo

Regresarás a ti, cansado y viejo
con olvidos y nieblas en la frente.
Te verás a ti mismo nuevamente
con la última luz en el espejo.

Pero estará borroso ya el reflejo
de tu vida de ayer. Seguramente
creerás que no eres tú, que es otra gente
ese en el que te ves raro y perplejo.

Preguntarás quién es ese que miras
confundirás verdades y mentiras
y olvidarás tu nombre. Ni siquiera

te quedará el consuelo de saberte
abocado a los brazos de la muerte
que detrás del espejo nos espera.

Raimundo Escribano

Tríptico de la edad cumplida (II)

Con el tiempo se olvida hasta el olvido.
Todo se olvida con el tiempo. Pasa
su esponja el tiempo y hace tabla rasa
de cuanto frente el tiempo hemos vivido.

Tanto miedo a perder lo ya perdido.
Tanto miedo a soñar por si fracasa
nuestra esperanza; por si el tiempo arrasa
lo que ya el tiempo había fenecido.

Vamos sobreviviendo a duras penas
mientras la luz recorre nuestras venas
pero el tiempo nos gana la partida.

Y todo acaba en él, todo se esfuma
y hasta el amor se pierde entre la bruma
del tiempo que se lleva nuestra vida.

Raimundo Escribano

Simplicidad

Es tan humano este dolor que siento.
Esta raíz sin tallo florecido.
Este recuerdo anclado al pensamiento
y por toda la sangre repetido,

que ya ni me fatiga el vencimiento
ni me sangra el orgullo escarnecido,
mi corazón se acostumbró al tormento
de perder la mitad de su latido.

Ya mi rencor no exige la venganza,
aprendí a perdonar toda esperanza
como un bello pecado original.

Llevo en las manos tantas despedidas,
y en lo que fue el amor tantas heridas,
que me he tornado un hombre elemental.

Jorge Robledo Ortiz

miércoles, junio 28, 2006

Qué imagen de la muerte rigurosa...

¿Qué imagen de la muerte rigurosa,
qué sombra del infierno me maltrata?
¿Qué tirano cruel me sigue y mata
con vengativa mano licenciosa?

¿Qué fantasma, en la noche temerosa,
el corazón del sueño me desata?
¿Quién te venga de mí, divina ingrata,
más por mi mal que por tu bien hermosa?

¿Quién, cuando, con dudoso pie y incierto,
piso la soledad de aquesta arena,
me puebla de cuidados el desierto?

¿Quién el antiguo son de mi cadena
a mis orejas vuelve, si es tan cierto,
que aun no te acuerdas tú de darme pena?

Francisco de Quevedo

De cierta dama que a un balcón estaba...

De cierta dama que a un balcón estaba
pudo la media y zapatillo estrecho
poner el lacio espárrago a provecho
de un tosco labrador que la acechaba.

Y ella, cuando advirtió que la miraba,
la causa preguntó del tal acecho;
el labrador la descubrió su pecho,
diciendo lo que vía y contemplaba.

Mas ella, con alzar el sobrecejo,
le dijo con melindre: -«Aquesto, hermano,
no es más de ver y desear la fruta».

El labrador, sacando el aparejo,
le respondió, tomándolo en la mano:
-«¡Pues ver y desear, señora puta!».

Francisco de Quevedo

Estaba una fregona por enero...

Estaba una fregona por enero
metida hasta los muslos en el río,
lavando paños, con tal aire y brío,
que mil necios traía al retortero.

Un cierto Conde, alegre y placentero,
le preguntó con gracia: «¿Tenéis frío?»
respondió la fregona: «Señor mío,
siempre llevo conmigo yo un brasero.»

El Conde, que era astuto, y supo dónde,
le dijo, haciendo rueda como pavo,
que le encendiese un cirio que traía.

Y dijo entonces la fregona al Conde,
alzándose las faldas hasta el rabo:
«Pues sople este tizón vueseñoría.»

Francisco de Quevedo

Definición de amor

¿Rogarla? ¿Desdeñarme? ¿Amarla
¿Seguirla? ¿Defenderse? ¿Asirla? ¿Airarse?
¿Querer y no querer? ¿Dejar tocarse
ya persuasiones mil mostrarse firme?

¿Tenerla bien? ¿Probar a desasirse?
¿Luchar entre sus brazos y enojarse?
¿Besarla a su pesar y ella agraviarse?
¿Probar, y no poder, a despedirme?

¿Decirme agravios? ¿Reprenderme el gusto?
¿Y en fin, a beaterías de mi prisa,
dejar el ceño? ¿No mostrar disgusto?

¿Consentir que la aparte la camisa?
¿Hallarlo limpio y encajarlo justo?
Esto es amor y lo demás es risa.

Francisco de Quevedo

Quejarse en las penas de amor debe ser permitido y no profana el secreto

Arder sin voz de estrépito doliente
no puede el tronco duro inanimado;
el roble se lamenta, y, abrasado,
el pino gime al fuego, que no siente.

¿Y ordenas, Floris, que en tu llama ardiente
quede en muda ceniza desatado
mi corazón sensible y animado,
víctima de tus aras obediente?

Concédame tu fuego lo que al pino
y al roble les concede voraz llama:
piedad cabe en incendio que es divino.

Del volcán que en mis venas se derrama,
diga su ardor el llanto que fulmino;
mas no le sepa de mi voz la Fama.

Francisco de Quevedo

Llanto, presunción, culto y tristeza amorosa

Esforzaron mis ojos la corriente
de este, si fértil, apacible río;
y cantando frené su curso y brío:
¡tanto puede el dolor en un ausente!

Miréme incendio en esta clara fuente
antes que la prendiese yelo frío,
y vi que no es tan fiero el rostro mío
que manche, ardiendo, el oro de tu frente.

Cubrió nube de incienso tus altares,
coronélos de espigas en manojos,
sequé, crecí con llanto y fuego a Henares.

Hoy me fuerzan mi pena y tus enojos
(tal es por ti mi llanto) a ver dos mares
en un arroyo, viendo mis dos ojos.

Francisco de Quevedo

Comunicación de amor invisible por los ojos

Si mis párpados, Lisi, labios fueran,
besos fueran los rayos visüales
de mis ojos, que al sol miran caudales
águilas, y besaran más que vieran.

Tus bellezas, hidrópicos, bebieran,
y cristales, sedientos de cristales;
de luces y de incendios celestiales,
alimentando su morir, vivieran.

De invisible comercio mantenidos,
y desnudos de cuerpo, los favores,
gozaran mis potencias y sentidos;

mudos se requebraran los ardores;
pudieran, apartados, verse unidos,
y en público, secretos, los amores.

Francisco de Quevedo

Retrato no vulgar de Lisi

Crespas hebras, sin ley desenlazadas,
en un tiempo tuvo entre las manos Midas;
en nieve estrellas negras encendidas,
y cortésmente en paz de ella guardadas. ~

Rosas a abril y mayo anticipadas,
de la injuria del tiempo defendidas;
auroras en la risa amanecidas,
con avaricia del clavel guardadas.

Vivos planetas de animado cielo,
por quien a ser monarca Lisi aspira
de libertades, que en sus luces ata.

Esfera es racional, que ilustra el suelo,
en donde reina el Amor cuanto ella mira,
y en donde vive Amor cuanto ella mata.

Francisco de Quevedo

A Flori, que tenía unos claveles entre el cabello rubio

Al oro de tu frente unos claveles
veo matizar, cruentos, con heridas;
ellos mueren de amor, y a nuestras vidas
sus amenazas les avisan fieles.

Rúbricas son piadosas y crueles,
joyas facinorosas y advertidas,
pues publicando muertes florecidas,
ensangrientan al sol rizos doseles.

Mas con tus labios quedan vergonzosos
(que no compiten flores a rubíes)
y pálidos después, de temerosos.

Y cuando con relámpagos te ríes,
de púrpura, cobardes, si ambiciosos,
marchitan sus blasones carmesíes.

Francisco de Quevedo

Amante agradecio a las lisonjas mentirosas de un sueño

¡Ay, Floralba! Soñé que te... ¿Dirélo?
Sí, pues que sueño fue: que te gozaba.
¿Y quién, sino un amante que soñaba,
juntara tanto infierno a tanto cielo?

Mis llamas con tu nieve y con tu yelo,
cual suele opuestas flechas de su aljaba,
mezclaba Amor, y honesto las mezclaba,
como mi adoración en su desvelo.

Y dije: «Quiera Amor, quiera mi suerte,
que nunca duerma yo, si estoy despierto,
y que si duermo, que jamás despierte.»

Mas desperté del dulce desconcierto;
y vi que estuve vivo con la muerte,
y vi que con la vida estaba muerto.

Francisco de Quevedo

Soneto amoroso

Si dios eres, Amor, ¿cuál es tu cielo?
Si señor, ¿de qué renta y de qué estados?
¿Adónde están tus siervos y criados?
¿Dónde tienes tu asiento en este suelo?

Si te disfraza nuestro mortal velo,
¿cuáles son tus desiertos y apartados?
Si rico, ¿do tus bienes vinculados?
¿Cómo te veo desnudo al sol y al yelo?

¿Sabes qué me parece, Amor, de aquesto?
Que el pintarte con alas y vendado,
es que de ti el pintor y el mundo juega.

Y yo también, pues sólo el rostro honesto
de mi Lisis así te ha acobardado,
que pareces, Amor, gallina ciega.

Francisco de Quevedo

Mil veces callo que romper deseo...

Mil veces callo que romper deseo
el cielo a gritos, y otras tantas tiento
dar a mi lengua voz y movimiento,
que en silencio mortal yacer la veo;

anda cual velocísimo correo
por dentro al alma el suelto pensamiento
con alto y de dolor lloroso acento,
casi en sombra de muerte un nuevo Orfeo.

No halla la memoria o la esperanza
rastro de imagen dulce y deleitable
con que la voluntad viva segura:

cuanto en mí hallo es maldición que alcanza,
muerte que tarda, llanto inconsolable,
desdén del Cielo, error de la ventura.

Francisco de Quevedo

Miré los muros de la patria mía

Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.

Salíme al campo; vi que el sol bebía
los arroyos del yelo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.

Francisco de Quevedo

Reprende a una adúltera la circunstancia de su pecado

Sola en ti, Lesbia, vemos ha perdido
El adulterio la vergüenza al Cielo,
Pues licenciosa, libre, y tan sin velo
Ofendes la paciencia del sufrido.

Por Dios, por ti, por mí, por tu marido,
No sirvas a su ausencia de libelo;
Cierra la puerta, vive con recelo,
Que el pecado se precia de escondido.

No digo yo que dejes tus amigos,
Mas digo que no es bien estén notados
De los pocos que son tus enemigos.

Mira que tus vecinos, afrentados,
Dicen que te deleitan los testigos
De tus pecados más que tus pecados.

Francisco de Quevedo

Rendimiento del amante desterrado

Éstas son y serán ya las postreras
lágrimas que, con fuerza de voz viva,
perderé en esta fuente fugitiva,
que las lleva a la sed de tantas fieras.

¡Dichoso yo que, en playas extranjeras,
siendo alimento a pena tan esquiva,
halle muerte piadosa, que derriba
tanto vano edificio de quimeras!

Espíritu desnudo, puro amante,
sobre el sol arderé, y el cuerpo frío
se acordará de Amor en polvo y tierra.

Yo me seré epitafio al caminante,
pues le dirá, sin vida, el rostro mío:
"Ya fue gloria de Amor hacerme guerra."

Francisco de Quevedo

¡Ah de la vida! ... ¿Nadie me responde?

¡Ah de la vida! ... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni adónde,
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto;
soy un fue, y un será y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.

Francisco de Quevedo

Contraposiciones y tormentos de su amor

Osar, temer, amar y aborrecerse,
alegre con la gloria, atormentarse;
de olvidar los trabajos olvidarse,
entre llamas arder sin encenderse;

con soledad entre las gentes verse
y de la soledad acompañarse;
morir continuamente, no acabarse,
perderse por hallar con qué perderse;

ser Fúcar de esperanzas sin ventura,
gastar todo el caudal en sufrimiento,
con cera conquistar la piedra dura,

son efectos de amor en mis tormentos;
nadie le llame dios, que es gran locura,
que más son de verdugo sus tormentos.

Francisco de Quevedo

Dice que el sol templa la nieve

Miro este monte que envejece enero,
y cana miro caducar con nieve
su cumbre, que aterido, oscuro y breve,
la mira el sol, que la pintó primero.

Veo que en muchas partes, lisonjero,
o regal sus hielos o los bebe;
que agradecido a su piedad se mueve
el músico cristal, libre y parlero.

Mas en los Alpes de tu pecho airado
no miro que tus ojos a los míos
regalen, siendo fuego, el hielo amado.

Mi propia llama multiplica fríos
y en mis cenizas mesmas ardo helado,
invidiando la dicha de estos ríos.

Francisco de Quevedo

A aminta, que teniendo un clavel en la boca...

Bastábale al clavel verse vencido
del labio en que se vio, cuando esforzado
con su propia vergüenza, lo encarnado
a tu rubí se vio más parecido,

sin que en tu boca hermosa dividido
fuese de blancas perlas granizado,
pues tu enojo, con él equivocado,
el labio por clavel dejó mordido;

si no cuidado de la sangre fuese,
para que, presumir a tiria grana,
de tu púrpura líquida aprendiese.

Sangre vertió tu boca soberana
porque roja victoria amaneciese
llanto al clavel y risa a la mañana.

Francisco de Quevedo

Las gracias de la que adora

Esa color de rosa y de azucena
y ese mirar sabroso, dulce, honesto,
y ese hermoso cuello, blanco, inhiesto,
y boca de rubíes y perlas llena;

la mano alabastrina que encadena
al que más contra Amor está dispuesto,
y el más libre y tirano presupuesto
destierra de las almas y enajena.

Era rica y hermosa primavera,
cuyas flores de gracias y hermosura
ofendellas no puede el tiempo airado;

son ocasión que viva yo y que muera,
y son de mi descanso y mi ventura
principio y fin, y alivio del cuidado.

Francisco de Quevedo

Quéjase de los esquivo de su dama

El amor conyugal de su marido
su presencia en el pecho le revela;
teje de día en la curiosa tela
lo mismo que de noche ha destejido.

Danle combates interés y olvido,
y de fe y esperanza se abroquela,
hasta que dando el viento en popa y vela,
le restituye el mar a su marido.

Ulises llega, goza su querida,
que por gozarla un día dio veinte años
a la misma esperanza de un difunto.

Mas yo sé de una fiera embravecida
que veinte mil tejiera por mis daños,
y al fin mis daños son no verme un punto.

Francisco de Quevedo

A una nariz

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un pez espada muy barbado.

Era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado

Érase un espolón de una galera,
Érase una pirámide de Egipto;
las doce tribus de narices era.

Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.

Francisco de Quevedo

A una adúltera

Sólo en ti, Lesbia, vemos que ha perdido
el adulterio la vergüenza al cielo,
pues que tan claramente y tan sin velo
has los hidalgos huesos ofendido.

Por Dios, por ti, por mí, por tu marido,
que no sepa tu infamia todo el suelo:
cierra la puerta, vive con recelo,
que el pecado nació para escondido.

No digo yo que dejes tus amigos,
mas digo que no es bien que sean notados
de los pocos que son tus enemigos.

Mira que tus vecinos afrentados,
dicen que te deleitan los testigos
de tus pecados más que tus pecados.

Francisco de Quevedo

Preso en los laberintos del amor...

Tras arder siempre, nunca consumirse,
y tras siempre llorar, nunca acosarme;
tras tanto caminar, nunca cansarme,
y tras siempre vivir, jamás morirme;

después de tanto mal, no arrepentirme;
tras tanto engaño, no desengañarme;
después de tantas penas, no alegrarme,
y tras tanto dolor, nunca reírme;

en tantos laberintos, no perderme,
ni haber tras tanto olvido recordado,
¿qué fin alegre puede prometerme?

Antes muerto estaré que escarmentado;
ya no pienso tratar de defenderme,
sino de ser de veras desdichado.

Francisco de Quevedo

Fue sueño ayer, mañana será tierra...

Fue sueño ayer, mañana será tierra.
¡Poco antes nada, y poco después humo!
¡Y destino ambiciones, y presumo
apenas punto al cerco que me cierra!

Breve combate de importuna guerra,
en mi defensa, soy peligro sumo,
y mientras con mis armas me consumo,
menos me hospeda el cuerpo que me entierra.

Ya no es ayer, mañana no ha llegado;
hoy pasa y es y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.

Azadas son la hora y el momento
que a jornal de mi pena y mi cuidado
cavan en mi vivir mi monumento.

Francisco de Quevedo

Exhorta a los que amaren

Cargado voy de mí; veo delante
muerte que me amenaza la jornada;
ir porfiando por la senda errada,
más de necio será que de constante.

Si por su mal me sigue ciego amante,
que nunca es sola suerte desdichada,
¡ay!, vuelva en sí, y atrás; no dé pisada
donde la dio tan ciego caminante.

Ved cuán errado mi camino ha sido;
cuán sólo y triste, y cuán desordenado,
que nunca así le anduvo pie perdido;

pues por no desandar lo caminado,
viendo delante y cerca fin temido,
con pasos que otros huyen, le he buscado.

Francisco de Quevedo

Amor impreso en el alma

Si hija de mi amor mi muerte fuese,
¡qué parto tan dichoso que sería
el de mi amor contra la vida mía!
¡Qué gloria que el morir de amar naciese!

Llevara yo en el alma, adonde fuese,
el fuego en que me abraso, y guardaría
su llama fiel con la ceniza fría,
en el mismo sepulcro en que muriese.

De esotra parte de la muerte dura,
vivirán en mi sombra mis cuidados,
y más allá del Lethe mi memoria.

Triunfará del olvido tu hermosura;
mi pura fe y ardiente, de los hados,
y el no ser por amar, será mi gloria...

Francisco de Quevedo

Amor constante más allá de la muerte

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas, que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejarán, no su cuidado;
serán cenizas, mas tendrán sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.

Francisco de Quevedo

Ya besando unas manos cristalinas...

Ya besando unas manos cristalinas,
ya anudándome a un blanco y liso cuello,
ya esparciendo por él aquel cabello
que Amor sacó entre el oro de sus minas;

ya quebrando en aquellas perlas finas
palabras dulces mil sin merecello,
ya cogiendo de cada labio bello
purpúreas rosas sin temor de espinas,

estaba, oh claro Sol invidïoso,
cuando tu luz, hiriéndome los ojos,
mató mi gloria y acabó mi suerte.

Si el cielo ya no es menos poderoso,
porque no den los tuyos más enojos,
rayo, como a tu hijo, te den muerte.

Luis de Góngora y Argote

Suspiros tristes, lágrimas cansadas...

Suspiros tristes, lágrimas cansadas,
que lanza el corazón, los ojos llueven,
los troncos bañan y las ramas mueven
de estas plantas a Alcides consagradas;

mal del viento las fuerzas conjuradas
los suspiros desatan y remueven,
y los troncos las lágrimas se beben,
mal ellos y peor ellas derramadas.

Hasta en mi tierno rostro aquel tributo
que dan mis ojos, invisible mano
de sombra o de aire me le deja enjuto,

porque aquel ángel fieramente humano
no crea mi dolor, y así es mi fruto
llorar sin premio y suspirar en vano.

Luis de Góngora y Argote

Mientras por competir con tu cabello...

Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello,

goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lirio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o viola troncada
se vuelva, más tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Luis de Góngora y Argote

Los celos

¡Oh niebla del estado más sereno,
furia infernal, serpiente mal nacida!
¡Oh ponzoñosa víbora escondida
de verde prado en oloroso seno!

¡Oh, entre el néctar de Amor mortal veneno,
que en vaso de cristal quitas la vida!
¡Oh, espada sobre mí de un pelo asida,
de la amorosa espuela duro freno!

¡Oh celo, del favor verdugo eterno!,
vuélvete al lugar triste donde estabas,
o al reino (si allá cabes) del espanto;

mas no cabrás allá, que pues ha tanto
que comes de ti mesmo y no te acabas,
mayor debes de ser que el mismo infierno.

Luis de Góngora y Argote

Ilustre y hermosísima María....

Ilustre y hermosísima María,
mientras se dejan ver a cualquier hora
en tus mejillas la rosada Aurora,
Febo en tus ojos y en tu frente el día,

y mientras con gentil descortesía
mueve el viento la hebra voladora
que la Arabia en sus venas atesora
y el rico Tajo en sus arenas cría;

antes que, de la edad Febo eclipsado
y el claro día vuelto en noche obscura,
huya la Aurora del mortal nublado;

antes que lo que hoy es rubio tesoro
venza a la blanca nieve su blancura:
goza, goza el color, la luz, el oro.

Luis de Góngora y Argote

La dulce boca que a gustar convida...

La dulce boca que a gustar convida
un humor entre perlas destilado,
y a no envidiar aquel licor sagrado
que a Júpiter ministra el garzón de Ida,

amantes, no toquéis, si queréis vida;
porque entre un labio y otro colorado
Amor está, de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.

No os engañen las rosas, que la Aurora
diréis que, aljofaradas y olorosas,
se le cayeron del purpúreo seno;

¡manzanas son de Tántalo, y no rosas,
que después huyen del que incitan ahora,
y sólo del Amor queda el veneno!

Luis de Góngora y Argote

Descaminado, enfermo, peregrino...

Descaminado, enfermo, peregrino,
en tenebrosa noche, con pie incierto
la confusión pisando del desierto,
voces en vano dio, pasos sin tino.

Repetido latir, si no vecino,
distinto, oyó de can siempre despierto,
y en pastoral albergue mal cubierto,
piedad halló, si no halló camino.

Salió el Sol, y entre armiños escondida,
soñolienta beldad con dulce saña
salteó al no bien sano pasajero.

Pagará el hospedaje con la vida;
más le valiera errar en la montaña
que morir de la suerte que yo muero

Luis de Góngora y Argote

De pura honestidad templo sagrado...

De pura honestidad templo sagrado,
cuyo bello cimiento y gentil muro
de blanco nácar y alabastro duro
fue por divina mano fabricado;

pequeña puerta de coral preciado,
claras lumbreras de mirar seguro,
que a la esmeralda fina el verde puro
habéis para viriles usurpado;

soberbio techo, cuyas cimbrias de oro
al claro sol, en cuanto en torno gira,
ornan de luz, coronan de belleza;

ídolo bello, a quien humilde adoro,
oye piadoso al que por ti suspira,
tus himnos canta y tus virtudes reza.

Luis de Góngora y Argote

De la brevedad engañosa de la vida

Menos solicitó veloz saeta
destinada señal, que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta,

que presurosa corre, que secreta
a su fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada sol repetido es un cometa.

¿Confiésalo Cartago y tu lo ignoras?
Peligro corres, Licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños.

Mal te perdonarán a ti las horas;
las horas, que limando están los días,
los días, que royendo están los años.

Luis de Góngora y Argote

De la ambición humana

Mariposa, no sólo no cobarde,
mas temeraria, fatalmente ciega,
lo que la llama el Fénix aún le niega.
quiere obstinada que a sus alas guarde:

pues en su daño arrepentida larde,
del esplendor solicitada, llega
a lo que luce, y ambiciosa entrega
su mal vestida pluma a lo que arde.

¡Yace gloriosa en la que dulcemente
huesa le ha prevenido abeja breve,
suma felicidad a yerro sumo!

No a mi ambición contrario tan luciente,
menos activo, si cuanto más leve,
cenizas la hará, si abrasa el humo.

Luis de Góngora y Argote

Al tramontar del sol, la ninfa mía...

Al tramontar del sol, la ninfa mía,
de flores despojando el verde llano,
cuantas troncaba la hermosa mano,
tantas el blanco pie crecer hacía.

Ondeábale el viento que corría
el oro fino con error galano,
cual verde hoja del álamo lozano
se mueve al rojo despuntar del día;

mas luego que ciñó sus sienes bellas
dé los varios despojos de su falda
(término puesto al oro ya la nieve),

juraré que lució más su guirnalda
con ser de flores, la otra ser de estrellas,
que la que ilustra el cielo en luces nueve.

Luis de Góngora y Argote

miércoles, junio 07, 2006

Mi corazón no puede con la carga

Mi corazón no puede con la carga
de su amorosa y lóbrega tormenta
y hasta mi lengua eleva la sangrienta
especie clamorosa que lo embarga.

Ya es corazón mi lengua lenta y larga,
mi corazón ya es lengua larga y lenta...
¿Quieres contar sus penas? Anda y cuenta
los dulces granos de la arena amarga.

Mi corazón no puede más de triste:
con el flotante espectro de un ahogado
vuela en la sangre y se hunde sin apoyo.

Y ayer, dentro del tuyo, me escribiste
que de nostalgia tienes inclinado
medio cuerpo hacia mí, medio hacia el hoyo.

Miguel Hernández

Si todo lo que he sido...

Si todo lo que he sido queda en nada,
en un soplo de viento solamente,
seré ceniza eterna... la simiente
del olvido que muere en madrugada.

Si nadie me recuerda, y soy balada
en destino al silencio más ausente,
seré alma sin pasado, sin presente:
espejo donde quede reflejada.

Será mi verso el único testigo
de mi corto pasar por esta vida,
del sentimiento triste que yo cargo...

Pero si no lo escucha ni un amigo
en la tarde que llegue mi partida,
será mucho más duro y más amargo.

Diana Rodrigo

Ciencia exacta

Huérfana del recuerdo del poeta,
negador de la aurora que en ti anida,
que ignora que eres canto y fe de vida,
que eres del infinito la pirueta,

que eres reloj de sol y no veleta,
que eres estrella a la verdad prendida,
impulso vertical que nos convida
a medir el amor de alfa más beta.

Aunque el verso fugaz te desherede
la belleza en tu seno es un axioma,
una palpitación de lo enigmático

y el canto de un poeta nunca puede
descomponer la perfección que asoma
por tu limpio horizonte matemático.

Carmen Palomo

Ojalá...

Ojalá supiera aceptar mi vida,
ojalá muriera el dolor que siento,
ojaláabrasara tu fin mi aliento,
ojalá volviera la luz perdida.

Ojalá no hiriera tu hostil partida,
ojalá inhumara el mortal tormento
ojalá pudiera tornar mi acento
en olvido... para buscar salida.

Ojalá cambiara por fin mi suerte,
ojalá este odio que crece en mí
invencible en verso se hiciera fuerte.

Ojalá que el tiempo en que ame y viví
me salvara, porque creí que en ti
hallaría paz… y encontré la muerte.

Pandora(Issire & Arriaz)